Tigres contra toros y elefantes o la España que se deleitaba con la sangre

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Los combates a muerte entre fieras fueron frecuentes en la España de fin de siglo y se celebraron hasta al menos la primera década. El fervor era tal que Cossío, en Los toros, se refiere a estos espectáculos como «la lucha más emocionante y competida,  la apoteosis del toro tuvo caracteres de delirio patriótico». No era nada nuevo. El 12 de mayo de 1849, en la antigua plaza de toros de Madrid, se enfrentaron un tigre de Bengala y un toro de lidia para entretener a un público, pero en otros casos se lanzó incluso a tigres contra elefantes, en el delirio absoluto.

Madrid, Barcelona, San Sebastián o Sevilla, entre otras ciudades, se hicieron célebres por este tipo de combates sangrientos, aunque la tradición violenta venía de mucho atrás, desde los tiempos de Felipe II, monarca de gustos oscuros, fascinación por lo oculto y, en este caso, también por la sangre. Las bestias enfrentadas y las discusiones sobre quién devoraría a quién eran un divertimento para la Casa Real y para el vulgo.  Sus sucesores heredaron la afición. Felipe IV incluso los remataba con su arcabuz: un disparo limpio desde su palco y, seguidamente, recibía la gran ovación. Éramos continuadores de un salvajismo ancestral que se remontaba, como mínimo, a la época romana.

La periodista Nieves Concostrina describe así un combate celebrado en Sevilla: «En la jaula, instalada en el centro de la plaza, se juntaron Señorito, de la ganadería sevillana de José María Benjumea , y un real tigre de Bengala sin divisa. Los dos bichos se miraron, Señorito se fue a por el tigre y diez minutos después, el de Bengala ya era historia. Gran mosqueo en los tendidos porque el espectáculo se había quedado en nada. El empresario tuvo que prometer otro encierro de toro y fiera para que no le quemaran la plaza. Meses después llegó Carmelo, un cinqueño colorado y bragado. Y en la parte contraria, se optó por un león de nombre Julio y un tigre que hizo de sobrero. Al final, el toro también ganó, pero el espectáculo duró más.

Una de las últimas luchas entre bestias en nuestro país tuvo lugar en 1904 en la antigua plaza de toros del Chofre de San Sebastián. Tras la lidia llegó el «plato fuerte» (en la publicidad del evento se describe como «sugestionador, atrayente y esperado espectáculo de la lucha del tigre y el toro»), la lucha entre un tigre de bengala de nombre César y el toro Hurón de cinco años. Ganó este último, pero al parecer el público protestó defraudado. La sangre, según dijeron algunos, había sido exigua.

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