El mes pasado en un rejoneo celebrado en la localidad de Illescas (Toledo) murió otro caballo “Ojeda” prácticamente en el acto tras sufrir un infarto sumándose esta muerte al del caballo “Máximo”. De la cuadra de Andrés Romero, que falleció en una clínica veterinaria de Aznalcóllar (Sevilla) tras ser corneado por el primer toro de otro festejo de rejones.
Los caballos son otra víctima más (además de los toros) de los festejos taurinos. El rejoneo implica un adiestramiento previo de los équidos en los que el animal debe responder a las necesidades del rejoneador que previamente lo ha sometido a un entrenamiento duro, largo y constante para evitar el embite del toro en una suerte de baile de piruetas aprendido desde joven y que poco tiene que ver con sus instintos naturales. Tanto el proceso de adiestramiento como durante el rejoneo suponen importantes daños físicos y emocionales, que el público la mayoría de las veces no ve, pero que no por eso son menos dañinos. Los caballos participan en el rejoneo sin apenas protección (a diferencia del rejoneador) por lo que en muchas ocasiones el toro les provoca importantes heridas que ponen en riesgo la vida del animal además de provocarles un gran sufrimiento.
El rejoneo es por lo tanto una actividad que provoca daño a los animales tanto por sí mismo como por el entrenamiento previo implícito en él. Su mantenimiento como forma de ocio de unos pocos no tiene sentido en el seno de una sociedad que no justifica más escenas de crueldad gratuita con los animales.