Las ONGs, ANDA, CIWF Y EQUALIA alertan de los riesgos derivados de la apuesta que desde la distribución se está haciendo por certificaciones de bienestar animal que integran un sello con un solo nivel único.
Este tipo de certificaciones garantizan que el producto adherido a la certificación, además de cumplir con los requisitos exigibles según la legislación vigente en materia de bienestar animal, incorpora otras medidas añadidas con el objetivo de evaluar el estado de bienestar de los animales. Sin embargo estas certificaciones unifican en un mismo etiquetado indiferenciado al que va un poco más allá de los mínimos legales (tan sólo lo suficiente para incorporarse a la certificación y cuya ventaja añadida para los animales es muy reducida, como ampliar un poco el tamaño de la jaula para los conejos o mantener a las cerdas parideras en jaulas sólo durante la lactancia), de aquellos que van mucho más allá y que realmente sí suponen una mejora real y tangible para los animales, como los sistemas extensivos, los derivados de las prácticas ganaderas tradicionales o los que aún siendo industriales han avanzado de manera real en el bienestar de los animales. Esta imposibilidad de diferenciación supone una ventaja para la gran producción ya que, en imagen externa, su presentación al mercado es igualada con la procedente de producciones que responden a unos modelos industriales más amables con los animales o que directamente proceden de modelos distintos del intensivo y que en estas certificaciones de nivel único pierden su posibilidad de identificación y, lo que es peor, de diferenciación.
La gran producción se apropia de esta forma de los valores positivos para el bienestar animal inherentes a las producciones tradicionales e impide la identificación tanto de éstos en su particularidad como de la producción industrial que en estos años ha realizado inversiones para diferenciar su sistema de cría.
El consumidor no puede distinguir qué sistema, por ejemplo, intensivo-industrial o rural tradicional, se esconde detrás del producto que adquiere. Cuando el consumidor adquiere un producto alternativo tiene en su mente unos valores que no se corresponden en absoluto con los integrados en la actual uniformidad del concepto integrado en las certificaciones de un solo nivel porque, en la práctica, convierte todo en alternativo. De paso, esta apuesta por las certificaciones a un solo nivel ahoga a las producciones rurales tradicionales cuyos valores han sido apropiados por la gran producción y con la que, a precio, no puede competir y de la que no se puede diferenciar. No sólo niega la posibilidad de distinguir lo industrial de lo rural, sino que incluso dentro de lo intensivo-industrial impide diferenciar los distintos niveles de mejora, como los sistemas sin jaulas o la introducción de mejoras genéticas.
Desde las ONGs opinamos que este concepto de certificación de bienestar animal de un nivel está obsoleto, es injusto y debe ser sustituido. Todas las producciones tienen unos niveles de bienestar animal mínimos, pero no todos tienen lo mismo, unos tienen más y otros tienen menos y esta diferenciación debe reflejarse en el etiquetado. Un buen ejemplo es el sistema francés de AEBEA para carne de pollo en el que existen 5 niveles que engloban todos los sistemas productivos, desde las diferentes formas de producción industrial (básica o reflejando los niveles de mejora), hasta la producción rural tradicional, en una convivencia en la que todos existen, todos se identifican como lo que son y no se engaña al consumidor. Por otra parte, existen nuevos valores en alza como la sostenibilidad medioambiental y el desarrollo rural que junto al bienestar animal también deben integrarse en la diferenciación porque, más allá de los mínimos legales, tampoco todos los sistemas ganaderos son igual de sostenibles o aportan lo mismo a las economías rurales locales. En un sistema de certificación de un solo nivel también es imposible reflejar esta realidad. Por estos motivos debemos apostar por certificaciones que incluyan distintos niveles diferenciados donde cada nivel responda a un sistema de producción concreto, con los niveles de bienestar animal, sostenibilidad y desarrollo rural que justamente le correspondan y donde el consumidor pueda distinguir entre unos y otros, desde la gran producción industrial en sus distintas acepciones hasta la producción rural tradicional, sin apropiaciones de valores indebidas. Cada uno en el lugar que le corresponde para que el consumidor no se vea engañado ni defraudado en sus expectativas y compre lo que se adapte a sus criterios de compra.