Castilla y León estudia nuevos instrumentos de tortura durante la lidia

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Durante la pasada semana y en el marco de una jornada sobre la reforma del reglamento taurino castellano-leonés según la comunicación enviada a medios, las innovaciones que se han evaluado incluyen una divisa más pequeña, una puya más fina con pirámide de cuatro lados y sin cuerdas, un estribo protegido con material acolchado, unas banderillas retráctiles de punta cónica y sin muerte en el arpón, un estoque más fino y sin curvatura o una puntilla más recta y estrecha. 

Las modificaciones de los tradicionales instrumentos de tortura   empleados en la lidia de reses han sido diseñadas por el Instituto Internacional de Investigación de la Tauromaquia e impulsadas por el fabricante Manolo Sales con la colaboración del veterinario Julio Fernández.  Estos nuevos planteamientos están llamados a reducir las lesiones innecesarias que van aparejadas al empleo de útiles propios de otro tiempo. De igual modo, la puya diseñada limitaría las lesiones que se producen después del primer contacto y que generan destrozos impropios del sentido último del tercio de varas. 

La tauromaquia es violencia y la tortura nunca se puede innovar, sigue siendo tortura y un espectáculo inaceptable rechazado por la gran mayoría de la sociedad, porque es contrario a la ética y la protección de los animales y contraproducente desde el punto de vista de la educación. Es hora de que esta actividad cruel deje de ser considerada “Patrimonio Cultural” protegido por la Constitución y se dé libertad para prohibirla si la ciudadanía así lo desea”.

Aún así, nos siguen diciendo:

El toro ha nacido para morir en la plaza: ningún animal ha nacido para divertir a otro con su sangre, su agonía y su muerte.

El toreo es un arte: No consideramos estético un espectáculo que implica sangre, sufrimiento y muerte de un animal. No consideramos ético la tortura de un animal, y menos aún con el único fin del entretenimiento.

Pero insisten en que el toro tiene una muerte digna: No lo es. El toro muere lentamente, encerrado a la fuerza en un recinto del que no puede escapar, rodeado de personas totalmente ajenas a su dolor. Es torturado con arpones y puyas que desgarran su piel, se enganchan en sus tejidos internos y seccionan sus tendones para que no pueda girar la cabeza y ver dónde está su agresor. Un agresor que cuando entra a matar se sitúa entre sus ojos para que no pueda verlo, y que le clavará la espada destrozándole el hígado, los pulmones, la pleura o el diafragma, si es necesario reiteradamente.

Una espada que cuando secciona la gran arteria le provoca una agonía entre grandes vómitos, hasta que muere ahogado en su propia sangre. Si la agonía es muy lenta puede aburrir al público. En este caso, al animal se le aplicará una puntilla que intentará seccionar su médula espinal y paralizarlo para que el público piense que está muerto mientras le cortan la oreja y el rabo.

Ésta es la triste realidad de los instrumentos de tortura que emplean en un animal que el único deseo que tiene es placer plácidamente en el prado y relacionarse con los individuos de su entorno natural. Una vez en la plaza, el toro no desea atacar ni enfrentarse, busca desesperadamente una salida para volver a su campo. Pero lo han encerrado en una plaza sin salida y lo acosan con arpones, puyas, espadas y otros instrumentos de tortura.

Estamos en el siglo XXI y estas cruentas tradiciones tienen que desaparecer, nuestra sociedad cada día va evolucionando más y la gran mayoría de los españoles rechazan espectáculos donde son torturados hasta la muerte inocentes animales. Tradición no es garantía de ética. Sabemos de tradiciones en todo el mundo que han debido y deben ser eliminadas, porque conllevan víctimas. Si las tradiciones se hubieran mantenido siempre intactas, la humanidad nunca hubiese evolucionado.

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