Recientemente se ha anunciado la próxima apertura del puerto de Motril para la exportación de animales vivos. Desde la Asociación Nacional para la Defensa de los Animales deseamos aclarar ciertos conceptos en torno a este hecho y despejar posibles bulos.
Es evidente que para los animales no es una buena noticia. El transporte de animales es, junto a su sacrificio, un momento crítico que pone en riesgo su bienestar. Los procesos de carga y descarga, el entorno desconocido y agresivo para ellos, la ruptura de sus rutinas diarias o el contacto con animales, personas y circunstancias que les son extrañas implican importantes deterioros de su bienestar. Por estos motivos, desde el punto de vista de los animales los viajes entre su centro de cría hasta el matadero deberían reducirse lo máximo posible. De hecho, esta ha sido la tendencia que ha alimentado toda la legislación en esta materia en los últimos 30 años. Los criterios científicos así lo demostraban y el legislador ha seguido las recomendaciones de la ciencia. Desde esta perspectiva iniciativas como la apertura del puerto de Motril para la exportación de animales vivos caminan contra la lógica científica ya que en vez de acortar las distancias para el transporte de animales vivos, posibilitan su ampliación hasta límites insospechados.
Por otra parte, nos llama la atención que esta nueva posibilidad ofrecida por el puerto de Motril nos la hayan vendido desde las autoridades como una oportunidad para el desarrollo económico del “hinterland” del puerto y concretamente como oportunidad de negocio para el cordero segureño criado en la comarca de Huéscar. Desde ANDA y a la luz de la experiencia de lo ocurrido en otros puertos españoles desde donde se realizan exportaciones de ganado vivo vacuno y ovino, podemos afirmar que este supuesto “beneficio económico” para las zonas rurales de origen de los animales exportados nunca se produce sino más bien al contrario, profundiza en las situaciones de dependencia estructural de estas zonas y ralentiza su desarrollo económico autónomo basado en el aprovechamiento de los recursos locales.
La exportación de ganado vivo coloca a los ganaderos en una situación de dependencia de los intereses de los canales de comercialización internacionales ante los que su capacidad de defensa es nula. Además, estas exportaciones trastocan precios y líneas de abastecimiento para la industria de transformación local (carne, leche quesos…), basada muchas veces en pequeñas unidades de producción familiar incapaces de enfrentar las escalas y gestiones basadas en macromagnitudes del comercio internacional.
Puede que este tipo de exportación de animales vivos signifiquen una oportunidad de negocio para un puñado de gestores de animales y tratantes de ganado especializados y de altos vuelos ajenos completamente al entorno local. En definitiva, no solo no hay ningún beneficio tangible para las comunidades rurales, sino que atacan la línea de flotación de las pocas empresas de transformación que hasta ahora han sobrevivido al ataque de las grandes producciones del mercado global.
Entrar en un mercado internacional (en esta caso de animales vivos) significa trabajar a precio, priorizar la cantidad sobre la calidad y entrar en las fluctuaciones permanentes de otros factores (precio de la tierra, de la mano de obra, energía, piensos, transportes…) en los que la capacidad de maniobra del pequeño ganadero se encuentran muy limitas y le abocan a vivir en una zozobra permanente pendiente de evoluciones de precios de mercado de variables que no maneja y sobre las que no tiene ningún control.
Si realmente deseamos apuntalar el desarrollo económico de las comunidades rurales de Granada, la forma de hacerlo no es facilitar la exportación de la materia prima, en bruto. Ese enfoque nos llevaría a un expolio de la riqueza local para que otros la transformen y la aprovechen en beneficio propio sin revertir nada (o prácticamente nada) a origen. Ya vivimos esta situación en el pasado cuando desde España exportábamos aceite o vino a granel para que fueran otros países los que lo transformaran y se enriquecieran con nuestro esfuerzo. Aprendimos a desarrollar una industria local para revertir esa situación y maximizar aquí los beneficios obtenidos por los recursos de aquí. Si supimos reaccionar y transformarnos en el caso del aceite y el vino, no entendemos por qué apostamos ahora por repetir el mismo modelo, obsoleto y esquilmador, de exportación de materia prima en bruto, aplicado en este caso a la riqueza ganadera.
Es positivo que el puerto de Motril ofrezca nuevas oportunidades de exportación, pero “no es oro todo lo que reluce”. La transformación y el aprovechamiento de las capacidades productivas de la oveja segureña se debe de hacer aquí, en origen. El valor añadido de esos productos, así como la industria de transformación directa o indirecta, debe tener un origen local. Estos productos elaborados podremos luego exportarlos desde el puerto de Motril pero que éste no sirva para exportar capacidad industrial sino para alentarla. Este enfoque supone estudiar el mercado de destino, las características que requieren sus idiosincrasias de comercialización, establecer canales comerciales nuevos y gestionar circuitos completos de puesta en venta. Por supuesto, más complicado pero mucho más eficaz si el objetivo buscado es realmente el desarrollo económico del hinterland de Motril. Sin atajos falsos, mensajes cómodos ni engaños.
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