La aprobación de la caza al norte del Río Duero va a afectar negativamente al futuro del lobo en el resto de la Península. Por un lado abre la puerta a que la misma medida se aplique al sur del Río Duero siguiendo el mismo ciclo, básicamente, la presión de parte de un sector ganadero que históricamente solo ha buscado la desaparición de esta especie, no la convivencia. Por otro lado tampoco es positivo el modelo a aplicar: concesión de permisos de batida ejecutadas por parte de cazadores sin los suficientes estudios previos científicos y basados en datos reales y sin aplicación de medidas de control graduales o toma en consideración de la opinión, valores y prioridades del conjunto de la sociedad depositaria común del interés de uso de las zonas de hábitat del lobo que no puede ser decidido por unos pocos sino por el conjunto. Por último tampoco es viable el modelo de zonificación: extensos territorios (norte del río Duero) que incluyen situaciones muy dispares siendo injusto aplicar la misma norma a todos. Es cierto que parte del sector ganadero enfrenta problemas, pero el lobo no es uno de ellos. Está utilizándose como cabeza de turco para esconder otra serie de problemas de mucho más calado (intensificación de las producciones ganaderas, dependencia en piensos y otros insumos industriales, cadena alimenticia y de distribución deficiente…)
Desde la administración central y mientras se decidía el futuro del lobo en la Unión Europea, la postura del Gobierno Español fue claramente a favor del mantenimiento del máximo nivel de protección. Esta postura es de agradecer. Sin embargo, una vez perdida esta opción en la UE, se genera una situación polémica entre autoridades centrales y autonómicas que en el contexto de lucha política que hay en España provoca una politización del tema. Secuestran la supuesta opinión e intereses de ganaderos y del mundo rural en general, se los apropian, adaptados a los fines políticos de cada partido y sus luchas por el poder. Asimismo, la decisión alimenta la diferenciación de criterios entre MAPA (productividad ganadera) y MITERD (conservación de especies).
Desde ANDA nos hubiera gustado que la administración central hubiera aguantado el pulso y el acoso al que se ha visto sometida por parte de las Comunidades Autónomas y se hubiera mantenido el alto nivel de protección en todo el Estado. El difícil estatus de conservación de esta especie en la inmensa mayoría del Estado lo justificaba. No ha sido así. Lo menos que podemos pedir en las actuales circunstancias es que se cambie radicalmente la política de control, si es que se necesita controlar el número de ejemplares, cambiando a un acercamiento mucho más comarcal y local, teniendo en cuenta todas las opiniones e intereses y basado en datos científicos y fiables; implicando medidas paliativas (indemnizaciones) o de promoción de la convivencia entre actividades económicas y vida silvestre (perros pastores, uso de apriscos), estableciendo zonas de exclusión de usos….en vez de acudir una vez más a las escopetas y a los cazadores….a la muerte.
Tanto en las discusiones en el seno del Convenio de Berna primero como en la decisión de la Unión Europea posteriormente, el tema del lobo fue siempre un asunto muy politizado que al calor de las llamadas «protestas del campo» y su tergiversación y utilización para fines espurios devino en una oposición frontal por parte de ciertos sectores políticos, y en consecuencia de ciertos países, a todo lo que sonara a «verde» o «medioambiental». El ataque sin piedad al «Pacto Verde» y a la «Estrategia para la Biodiversidad» son el marco general en el que se desenvolvieron las discusiones sobre el nivel de protección del lobo. Cada país tiene una situación distinta en cuanto a la presión de su sector rural, su interpretación e incluso en cuanto a la presencia, visión o función que el lobo presenta en sus países. Sinceramente, viendo lo que ha pasado con la flexibilización (siempre a la baja) en las normas sobre control de uso de pesticidas, bienestar animal o sostenibilidad medioambiental, lo ocurrido con el lobo estaba cantado. El tema del lobo ha sido siempre un asunto que se vive de forma muy personal y pasional por parte de unos y otros. Esta circunstancia impide que se enfrente de una forma objetiva y científica, con propuestas de medidas graduales o tendentes a la convivencia. En definitiva, se ha echado en falta una imagen europea clara en cuanto al estado de conservación del lobo en cada País Miembro y éstos tampoco la tenían para sus territorios según comarcas. Con estos antecedentes es muy difícil tomar medidas objetivas y desapasionadas. Como consecuencia, la postura de algunos Estados Miembros no fue clara o estuvo sujeta a vaivenes y al final el puro y duro recuento de votos facilitó la legalización de la peor de las opciones. Reducción de la protección del lobo en la Unión Europea y, ahora, que cada país haga lo que quiera….café para todos, excepto para el lobo, claro.
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